1 de febrero de 2011

Sin hueco en el tiempo

Los vemos muchas veces, hoy, ayer, mañana, pasado mañana. En la carretera mientras vamos al chalet, en la autovía mientras volvemos, en el campo mientras nos relajamos, en los kilómetros mientras viajamos,  en el horizonte mientras divisamos un avión que traspasa la velocidad del sonido cuando  en otro lugar,  allá, mientras la Luna llora o acompaña a los soñadores, en el espacio o en el cuarto trastero y  así, momento a momento, sucumben millones de instantes, de patas fracturadas o contenedores llenos, de silencios tímidos, de ternuras incontroladas, de miedos insuperables , son ellos, los desheredados, los alojados en las esquinas de la muerte prematura o de la muerte lenta, son los hijos y sobrinos de una impertinencia si acaso nada cultural, nada pedagógica, nada tenida en cuenta, nada entendida, nada condenada.  Son los miembros de un grupo de silenciosos habitantes de un mundo que no les quiere, que no les acoge, que no les comprende, que ya no sirven, que no son necesarios.
Son un nombre, una leyenda, una definición, un apartado entre apartados. Son apestosos, pestilentes, aborrecibles son todo menos todo, son nada y mucho menos que la nada.
A veces, cuando el cuerpo mental ya no aguanta, cuando por propia supervivencia hemos de cerrar ojos y certificar las palabras enviándolas al final del diccionario entre las Y y la Z, cuando de tanto cansancio y a veces inútil sufrimiento comprobamos que uno supone cinco y que dos y dos no son seis ni cuatro ni tres, ni siquiera cuatro. Cuando se nos mueren, cuando no puedes hacer nada, cuando les salvas y tiempo después descubres lo felices que están, cuando recibes fotos hermosas, cuando recibes palabras amables, cuando la muerte les llegó inesperadamente y no pudiste hacer nada, cuando vimos a la ley  reposando entre otras  leyes, cuando la historia fue interminable y cuando descuadrando premisas, apartando argumentos veíamos que teníamos que seguir porque estaban allí, porque pedían agua, comida, asistencia,  alimento y un poco de cariño, cuando desconfiados sólo podías prometerles un poco de paciencia porque no podían entrar, cuando rellenabas tu  tiempo hasta rebosar. Cuando tantas y tantas cosas…
 Hoy es el canto a los buenos días, a las buenas tardes, al hola, al adiós, al ven pronto y vuelve cuando quieras. Al ayúdanos si puedes aunque si no lo vas a hacer, no mientas. Al aquí que estamos, que llegaremos pronto mientras tú, te mueres de asco o alguien te mata sin compasión.
Hay días que el corazón duele, mucho. Y no nos avergüenza. En absoluto.
Hoy tenemos zanjas por todos lados, huecos para rellenar unos cuantos, problemas muchos, mentiras algunas.   Hoy sobrevivimos y te vemos, te observamos, te sufrimos. Y por supervivencia, soñamos.
Pero hoy va por ellos, por los desheredados, por los que, por favor, no digas lo que hay que hacer, “¡Hazlo!”.  Nos aliviarás.
Hoy, mañana, pasado mañana, al buenos días y a las buenas tardes, al abandono indiscriminado, masivo, traidor, a las muertes invasivas, al cariño porque sí, a la lágrima bien entendida, al tremendo esfuerzo, al increíble tesón, a vuestras caritas, a nuestra impotencia.   
Comenzando el mes de febrero de 2011.

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